DISQUISICIONES
(I)
Los ojos ataviados de luz carcomida por la calle
llena de violines
suplicando un segundo de atención,
un céntimo de euro,
una escopeta para disparar contra el ayer y
contra hoy,
una ruleta con mejor suerte
un bollo de pan para mañana.
Ojos ateridos con frío de pies descalzos,
fiebre que aflora en delirios de palacio,
esquinas de sol que niegan calor a los mendigos.
Los ojos de ayer,
ojos de siempre que sólo ven cuando se cierran,
que sólo pueden amar cuando se cierran,
que sólo tienen esperanza cuando duermen,
que cuando ven la luz ven el abismo.
Ojos que revientan cada hora,
que dividen en minutos la felicidad como pasteles,
que ordenan colores y desechan el verde porque ya
están hartos.
Esos ojos que ven bailar al que debiera estar
encadenado “de por vida”,
a los que suben la escalera del olvido con palabras
envenenadas de mentiras,
gente colmena fabricante de hiel.
Ojos que se alimentan mojados en lluvia esperando
el desayuno de algún día.
Los ojos que han visto al disfrazado reunir su
propio embuste hasta hacerlo comprensible para alcanzar el positivo de su
propia bolsa.
Ojos del mundo antiguo, ojos modernos…
II
Las manos que huesudas asoman en el empeño del
empleo.
Manos que buscan guante de bienestar en casa del
reloj de un comedor viejo.
Esas manos llenas de sudor, olor a máquinas usadas,
a coches cruzando autovías de pago previo y
posterior.
Las manos que arañan promesas de un tesoro
escondido por alguien que soñó encontrarlo un día.
Manos que llevan a la boca lo mejor que encuentran
explorando el fango de los mercados.
Esas manos de un fruto prohibido por el precio, el
color o la insignia de un cuento para niños.
Las manos satisfechas de satisfacer,
manos de alisar inquietudes,
de parar un chorro de agua,
las manos de secar lágrimas,
de acariciar pieles y sentir espinas,
manos de recibir heridas y urticarias.
Manos que blancas se agitan contra el mal,
contra el asesino y asesinato de pacíficos
hermanos.
Manos que salen a las plazas, manos vacías,
manos abiertas ofreciendo recoger el bien que aún
queda,
manos lavadas en el rio de la desesperación,
manos secas en el desierto de la esperanza,
manos frías en la calefacción del poder,
manos queriendo ahogar el tiempo,
manos llenas de flores para los muertos,
manos pequeñas que arrebatan gigantescas fortunas,
manos que urden teclas del piano callejero y su
monótona canción vieja.
No hay nada que se oculte para el tacto de las
manos y el sentir de quién las utiliza.
III
Cansados caminan pies que vienen de un lugar
desconocido.
Traen vidas que habitaron en lugares de
diversión y culto.
Pies que pasaron por encima de las aguas,
por alas y ahogados en intentos de una vida mejor.
Pies mojados que llevan la enfermedad,
la búsqueda,
pies que dejan huellas de ida y vuelta.
Pies de conocer calles de historia,
sombras de árboles,
caminos desconocidos o rutas que marcaron los
antiguos.
Pies que huyen de sí mismos bailando en el rincón
lejano de sus melodías.
Pies que se alejan de hongos y selvas de ciudad.
Pies que clavan espinos de la malaventurada
sociedad de simio-humanos con frac de pingüinos abrigados de pobreza.
Pies sobre el fuego de fábricas quemadas.
Pies en iglesias y en templos de implorar lo que
nunca fue dado.
Pies de transportar la carga de la realidad o la
leve carga de los sueños.
Pies que se resisten a dar un paso más y quedan
atrapados en el cepo de cualquier día.
Pies disfrazados con la noche o la obligatoriedad
del precio y la rebaja.
Pies marcando el paso de la uniformidad y de la
música de la igualdad forzada.
Le digo a mis pies: ¿para qué os quiero?
Contestan que la mejor carrera o paseo acaba en el
regreso.
IV
El cuerpo que recibe
comunión de pobreza entre afortunados que no tienen más que el árbol caído y la
leña que se hace.
Cuerpo aspirante a una estancia en el mejor cementerio de la tierra donde
duermen miles desconocidos que no pasaron de las
primeras letras del alfabeto de la vida.
Cuerpo que se inclina una vez, y mil veces más
porque nació para ser doblegado en galeras de máquina infernal.
Cuerpos de ángeles dormidos que al despertar son
ciegos agradecidos de todo lo que ocurre en el círculo cercano con el nombre de
tierra ajena.
Cuerpos cobijados en escombros arrojados al
construir cien palacios en mapas de naciones que presumen libertad vendiendo
cadenas invisibles.
Cuerpos sin más noches ni días que el lugar que
ocupan y sortean los vientos de la rosa de los vientos y extienden su capa y
torean sin parar el toro en el laberinto de las calles.
Cuerpo de ciudades y aldeas abandonadas con traje
de haber sido.
Cuerpo cercenado por justicias con lágrimas de
azogue para sacar oro de una historia interminable y repetida.
Aguantemos el cuerpo en el reducto de la propia
existencia.
Elevemos las manos y los ojos cantando y creyendo
una vez más que es nuestra la existencia.
Ignoremos que la vida es música y baile con ritmo
al acorde del que puede sortear y pagar la orquesta para su tiempo.
(Disquisiciones) Tomás Acosta Píriz