miércoles, 14 de mayo de 2014

DISQUISICIONES




DISQUISICIONES  (I)

Los ojos ataviados de luz carcomida por la calle llena de violines
suplicando un segundo de atención, 
un céntimo de euro, 
una escopeta para disparar contra el ayer y contra hoy, 
una ruleta con mejor suerte 
un bollo de pan para mañana.

Ojos ateridos con frío de pies descalzos,
fiebre que aflora en delirios de palacio,
esquinas de sol que niegan calor a los mendigos.

Los ojos de ayer, 
ojos de siempre que sólo ven cuando se cierran, 
que sólo pueden amar cuando se cierran, 
que sólo tienen esperanza cuando duermen, 
que cuando ven la luz ven el abismo.

Ojos que revientan cada hora, 
que dividen en minutos la felicidad como pasteles, 
que ordenan colores y desechan el verde porque ya están hartos.

Esos ojos que ven bailar al que debiera estar encadenado “de por vida”, 
a los que suben la escalera del olvido con palabras envenenadas de mentiras, 
gente colmena fabricante de hiel.

Ojos que se alimentan mojados en lluvia esperando el desayuno de algún día.

Los ojos que han visto al disfrazado reunir su propio embuste hasta hacerlo comprensible para alcanzar el positivo de su propia bolsa.

Ojos del mundo antiguo, ojos modernos…





II


Las manos que huesudas asoman en el empeño del empleo.

Manos que buscan guante de bienestar en casa del reloj de un comedor viejo.

Esas manos llenas de sudor, olor a máquinas usadas, 
a coches cruzando autovías de pago previo y posterior.

Las manos que arañan promesas de un tesoro escondido por alguien que soñó encontrarlo un día.

Manos que llevan a la boca lo mejor que encuentran explorando el fango de los mercados.

Esas manos de un fruto prohibido por el precio, el color o la insignia de un cuento para niños.

Las manos satisfechas de satisfacer,
manos de alisar inquietudes, 
de parar un chorro de agua,
las manos de secar lágrimas, 
de acariciar pieles y sentir espinas, 
manos de recibir heridas y urticarias.

Manos que blancas se agitan contra el mal, 
contra el asesino y asesinato de pacíficos hermanos.

Manos que salen a las plazas, manos vacías,
manos abiertas ofreciendo recoger el bien que aún queda,
manos lavadas en el rio de la desesperación, 
manos secas en el desierto de la esperanza,
manos frías en la calefacción del poder, 
manos queriendo ahogar el tiempo, 
manos llenas de flores para los muertos, 
manos pequeñas que arrebatan gigantescas fortunas, 
manos que urden teclas del piano callejero y su monótona canción vieja.

No hay nada que se oculte para el tacto de las manos y el sentir de quién las utiliza.




 III

Cansados caminan pies que vienen de un lugar desconocido.
Traen vidas que habitaron en lugares de diversión y culto.

Pies que pasaron por encima de las aguas, 
por alas y ahogados en intentos de una vida mejor.

Pies mojados que llevan la enfermedad, 
la búsqueda, 
pies que dejan huellas de ida y vuelta.

Pies de conocer calles de historia, 
sombras de árboles, 
caminos desconocidos o rutas que marcaron los antiguos.

Pies que huyen de sí mismos bailando en el rincón lejano de sus melodías.

Pies que se alejan de hongos y selvas de ciudad.

Pies que clavan espinos de la malaventurada sociedad de simio-humanos con frac de pingüinos abrigados de pobreza.

Pies sobre el fuego de fábricas quemadas.

Pies en iglesias y en templos de implorar lo que nunca fue dado.

Pies de transportar la carga de la realidad o la leve carga de los sueños.

Pies que se resisten a dar un paso más y quedan atrapados en el cepo de cualquier día.

Pies disfrazados con la noche o la obligatoriedad del precio y la rebaja.

Pies marcando el paso de la uniformidad y de la música de la igualdad forzada.

Le digo a mis pies: ¿para qué os quiero? 
Contestan que la mejor carrera o paseo acaba en el regreso.





IV

El cuerpo que recibe comunión de pobreza entre afortunados que no tienen más que el árbol caído y la leña que se hace.

Cuerpo aspirante a una estancia en el mejor cementerio de la tierra donde duermen miles desconocidos que no pasaron de las primeras letras del alfabeto de la vida.

Cuerpo que se inclina una vez, y mil veces más porque nació para ser doblegado en galeras de máquina infernal.

Cuerpos de ángeles dormidos que al despertar son ciegos agradecidos de todo lo que ocurre en el círculo cercano con el nombre de tierra ajena.

Cuerpos cobijados en escombros arrojados al construir cien palacios en mapas de naciones que presumen libertad vendiendo cadenas invisibles.

Cuerpos sin más noches ni días que el lugar que ocupan y sortean los vientos de la rosa de los vientos y extienden su capa y torean sin parar el toro en el laberinto de las calles.

Cuerpo de ciudades y aldeas abandonadas con traje de haber sido.

Cuerpo cercenado por justicias con lágrimas de azogue para sacar oro de una historia interminable y repetida.

Aguantemos el cuerpo en el reducto de la propia existencia.

Elevemos las manos y los ojos cantando y creyendo una vez más que es nuestra la existencia. 

Ignoremos que la vida es música y baile con ritmo al acorde del que puede sortear y pagar la orquesta para su tiempo.

(Disquisiciones) Tomás Acosta Píriz