Presiento que no voy a nacer nunca en el erial de piedras y
peñas en el que, como los granos de mostaza, nunca llegaré a prosperar.
No nacer significa no realizar acaso un sueño o infinidad de
ellos.
Partiendo de esa base, el tiempo lo he agotado en levantar murallas,
hacer trincheras para defenderme del mundanal ruido, cobijarme protegido de las
aves rapaces de la intransigencia que otean continuamente buscando una presa
fácil.
En el mundo sub en el que vivo, me siento seguro, me
aventuro como los topos a salir de las raíces para contemplar ciego la belleza
de los árboles y la tierra que no me ha visto nacer.
He tirado palabras en los ríos y en laderas de montañas que agradecen los
desvelos por su conservación y sugieren frases entre el silencio de los pájaros
y aborígenes que temen la destrucción de su hábitat.
Necesito beber cada mañana un puñado de letras que se dejen
domar como una brava caballería salvaje y cabalgar veloz sin importar qué hay
más allá del aire que respiro.
Encerrado en la placenta de mi tierra, espero fugarme y
dejar a los nacidos bien y mal con su manido devaneo de creer y soñar en todo
lo que no ven y renegar de todo lo real.
Tomás Acosta Píriz
Navasfrías 25 de
julio de 2013
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